Por: Antonio José Correa Jiménez.,,*
En la Región Caribe de Colombia, la no implementación de los acuerdos de Paz de Ralito sí que le han pegado duro a dos ciudades que en otrora se caracterizaban por ser modelos de paz, y lugares que eran propicios, por la hospitalidad de sus habitantes, para recibir a víctimas del conflicto armado, pero no a victimarios.
Me refiero a Barranquilla y Cartagena, que lamentablemente personifican la nueva generación de la guerra, donde lo primero que debemos destacar es que son los retratos perfectos del traslado de la guerra de lo rural a lo urbano.
Hoy, las calles de estas dos ciudades, han visto cómo mueren a diario niños, jóvenes, hombres y mujeres de todas las edades, en un conflicto que tocó sus puertas, y que le ha hecho un daño inmenso a la sociedad. Este dramático relato es la escenografía de un monstruo de mil cabezas representado en combos de la muerte, oficinas de sicariato y grupos ilegales que se dividen en barrios y localidades disputándose el control territorial y dejando como secuelas extorsión, muerte, secuestro express, microtráfico y control de los puertos legales e ilegales para que sean tomados por la economía ilegal del narcotráfico.
La violencia que en otros tiempos caracterizaba a estas dos ciudades eran las guerras de pandillas. Hoy, centenares de esos jóvenes han sido reclutados por las temidas bandolas que se pelean a sangre y fuego por el control territorial y, sobre todo, de los puertos por donde se envían sus productos ilícitos hacia Centro América, EEUU y Europa.
Los tiempos pasados quedaron en el olvido, antes ciudades como Barranquilla eran albergues de marimberos, por ejemplo, existían cánones de no trasladar sus guerras de La Guajira hacia la Puerta de Oro de Colombia, pero hoy las batallas que se disputan no tienen límites de ninguna naturaleza.
La búsqueda de una paz integral es esencial para resolver este conflicto. En esta región, particularmente, se debe comenzar con la declaración de un alto al fuego inmediato entre todos los actores involucrados en el conflicto, con los cuales el Gobierno Nacional ha iniciado mesas de negociación. Me refiero a las mesas instaladas con el EGC, Itagüí y Sierra Nevada, y la identificación de nuevos combos, como Los Castor, entre otros, para la inclusión en estas mesas de paz.
Hoy hacemos un llamado al Señor Presidente de la República y al Comisionado de Paz para que propendan por un cese al fuego y cese esta horrible noche que viven los barranquilleros y cartageneros, Este paso es crucial para desescalar el conflicto y crear un ambiente propicio en nuestra sociedad para las negociaciones de paz venideras.
Junto con el alto al fuego es esencial trabajar de la mano con las autoridades territoriales para que tengan capacidad resolutiva que les permita abordar de manera efectiva las causas sociales subyacentes de la violencia y proporcionar seguridad a los ciudadanos.
Esto incluye una mayor inversión en la Seguridad Ciudadana a través de nuestra Policía Nacional. Ello, tras realizar una depuración que conlleve la judicialización de las manzanas podridas que se hayan mezclado con las oficinas de sicariato y sigan en la disyuntiva del pasado, de hacerse al lado de la ilegalidad por una tajada o por hacer parte del negocio, lo que no ha permitido la captura, identificación y judicialización de oficinas de la muerte encubiertas dentro de la sociedad civil.
*Congresista de la República
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