
Por: VICTOR CASTRO CASTELLAR
Hace pocos días, antes de su temprano e inexorable deceso, Reynaldo Durán Parra, el ilustre pintor, el poeta, el filósofo, el folclorista y ambientalista sanjuanero, trabó una corta conversación virtual conmigo a raíz de la compra que le hice de uno de sus cuadros.
La escena de la pintura representa una ronda de gaitas a la luz de la Luna y las estrellas. Le pregunté por el título de la obra y sin pestañear me respondió: “Ronda de gaitas a las cuatro de la mañana.”
La obra yo la había visto en algunas publicaciones que él hacía por Facebook, en busca de compradores. Yo me enamoré a primera vista. Un cuadro como éste pocos pintores lo recrean como lo hizo Durán. En esta creación plasmó varias noches de relato de la abuela, quien le contaba cómo hacían las fiestas nuestros ancestros de los Montes de María.
Me dijo que ese cuadro jamás lo quiso vender por la valía familiar y étnica que representaba y me aseguró que año tras años, el valor monetario se multiplicaría. Yo le respondí, sin percatarme de su estado salud, que cuando Ronda de gaitas a las cuatro de la mañana, costara unos cuantos millones, yo estaría en manos de las sombras. Él ipso facto me replicó: “yo que piso esa noche cada día y lucho sin desesperarme para ver si le arrancó unos amaneceres más a la vida.” Logró vivir unas noches más después de nuestra conversación. Se fue luchando por la vida que le dio golpes hasta dejarlo en la tumba, albergue de despojos y suciedad humanos.
Y es que Rey Durán desde niño fue sorprendido por la pestilente inmundicia y lo bello. Se lo reveló una de sus maestras de primaria cuando apenas empezaba a estudiar en el pueblo de San Juan Nepomuceno. Fue en una clase de dibujo libre. Mientras la mayoría de los niños, compañeros de aula, hicieron un dibujo primitivo con dos montañas y un sol en el centro, Durán había pintado un pájaro en su nido dándole de comer a sus polluelos. La profesora, llena de asombro, se paró ante todos los niños y exclamó: “¡Esto sí es pintar, no como ustedes que tiene la cabeza llena de mierda!”
Desde entonces, a Rey no le dejó de perturbar esa expresión que a la postre se convertiría en una especie de sino tragicómico para su vida. Algo que le permitió ver y plasmar la belleza en sus cuadros y poesías, pero que también le señalaba un camino tormentoso. ¡Sí! Plagado de mierda.
Durán fue un estudiante rebelde. Era una rebeldía que pocos llegaron a comprender. Mientras él veía un mundo diferente, para los demás todo permanecía inmóvil en el tiempo. Era capaz de cambiar, desplumar conceptos con solo un brochazo.
A los maestros, a esos educadores que ven la educación estática, no les agrada que se les refutara, que se les plantearan alternativas novedosas. Durán, por tanto, nadó contra la corriente y eso le costó sudor y, por qué no decirlo, lágrimas. Durán no necesitó de la escuela para perfeccionar su visión del mundo. Aprendió a leer a lado del abuelo, quien fue voraz lector. Leía de todo.
Aunque en un principio sus temas preferenciales eran la vida de grandes personajes de la historia, pronto se dio cuenta de que el conocimiento era integral, tal como la armonía del color que plasmaba en sus pinturas. Y para esto no necesitó de muchos libros, también leyó los secretos del monte. Ahí aprendió a conocer la flora y la fauna de la región. Su capacidad de observación se fue acrecentando hasta hallar secretos de la naturaleza y sus nexos con las comunidades.
Rey era un buscador de raíces étnicas y valoró las huellas que dejaron los primitivos indígenas que habitaron la región de los Montes de María. Respetuoso de la tradición y de las costumbres, se internó en la simbología de las comunidades para hallar justificación de la cosmogonía de sus integrantes. Cada trazo de sus obras llevaba una especie de grito rebelde para alertar a las viejas y nuevas generaciones del valor cultural que representaba la recuperación de la identidad que para él siempre fue prioridad inaplazable.
Creyó firmemente que Dios estaba en la misma Naturaleza y de ahí derivaban todos los dioses habidos y por haber.
En su poema “Escritura de los dioses”, así nos hizo ver: “Vagó Dios en la inmensidad/ en el vacío, en la Nada/ sintió la tristeza, la soledad viajando por el confín de un mundo por crear./ Buscó con ahínco, con desesperación, consuelo en el alma de su alma/y en la esencia misma de su ser sitúo a los dioses en cofradía/ y del vaho de su espíritu de cada aliento brotó un mundo de seres y de cosas/paraíso de silencio, quietud y armonía./ Estado de idilio y de nirvana en el goloso llegó el hastío y el divino momento devastó./Los dioses reunidos en concierto con batutas y pinceles en diversión creativa juntaron sonidos cono melodías: armonías con contrastes, formas, manchas, texturas y colores, aromas y sabores/biotomías de la vida, mensajes escritos en hermenéutico lenguajes/ viajando impolutos en la eternidad del tiempo/natura hablando en íntimos lenguajes/ con el alma, con la esencia misma de la vida, de los dioses/ coloquio de natura el único diálogo del instinto/ en una lógica inconsciente y primitiva/ inscrita en el idioma de los genes te hablan y te gritan/ percibiéndose sin censura en los sentidos del cuerpo y del alma/manifiestos en deseos y atracciones/ miedos, angustias o temores, atracciones o reproches en bellezas en cantos o fascinaciones/ es natura que te habla en un lenguaje arcaico y primitivo percibiéndose en los sentidos/ del instinto ante el peligro, ante lo exótico, inesperado o desconocido / son arbitrios o celajes que te hablan/ expresándose en temblores o escalofríos/ parálisis o encantoso en adrenalínicas carreras para salvar la vida.
Este profundo poema de la vida, asumido como lo divino, como lo humano, demasiado humano, no lo eximió de su sentencia fatal. No bastó la adrenalina que le imprimió a su existencia; la madre natura se lo llevó en sus brazos tal como lo trajo.
Rey luchó contra todo y no sucumbió jamás a nada, ni siquiera a la muerte. Tal vez antes de morir alcanzó el nirvana que veía en su obra como una oportunidad de vida. Él mismo lo dijo: “El arte es la máxima expresión del alma. Ahí no hay violencia y la felicidad es más fácil de alcanzar.” En ese estado no existen la violencia, tan sólo Dios deambulando por el mundo en busca de crear nuevas cosas.
Quizás, a las cuatro de la mañana, se verá una luz en el cielo sanjuanero rondando las armonías del monte y de tu gente, belleza perfecta ad portas de lo sublime. Tal vez, te verán en un lamento de gaitas y ya no llorarás jamás en este infierno de mierda. Y la vida volverá a anidar y dará de comer a sus polluelos como esa tarde en que la maestra de primaria exclamó al ver la aparición de tu talento. Amigo, descansa en paz.
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