Colombia, país de los ilusionistas, maestros del engaño
Por: Víctor Castro Castellar  
Víctor Castro Castellar, Docente, Músico, Escritor.

Ahora la palabra de moda, o tal vez la palabra de siempre, es “engañar”, “me engañaron”, fui engañada”… Recurre a ésta salida  todo  aquel  que quiere pasar como impoluto y mostrarse incorruptible.

¿Qué es el engaño? Por lo pronto se diría que engaño proviene del verbo engañar y según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española engañar significa “hacer creer a alguien que algo falso es verdadero”, cosa que creo es cierta en el contexto de la vida social y política de nuestro país o, para ser más extenso, de todo nuestro vivir patrio. Timadores es lo que tenemos en este suelo, que se valen de tramoyas inverosímiles para engañar, estafar, timar y manipular a las personas verdaderamente de bien.

Históricamente, en nuestro país se presentaron engaños que se mostraron ante la sociedad incauta como verdades. Aún muchos colombianos creen que el estudiante Fidel Castro, que por casualidades de la vida estuvo para esa fecha en Bogotá, tuvo que ver con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, a mediados del siglo pasado. Para ese entonces se hacía creer que el comunismo en Colombia traería desolación y muerte.

Todos los males de Colombia aún se los achacan a un partido que nunca ha tenido el poder y a una izquierda que a veces camina ciega en busca de tales propósitos. Sin embargo, desde mediados del siglo pasado, líderes de izquierda han caído víctimas de balas asesinas que provienen del mismo Estado, administrado por personajes de derecha que se han perpetuado maquiavélicamente en el poder, untados de sangre y de malabares tramposo y embusteros.

Se recuerda también, quizá pudo dar un viraje positivo en la vida nacional, el fraude electoral a la Anapo, un partido que se presentó como David ante el Goliat de las componendas del Frente Nacional. Más reciente se registra el caso del “Proceso 8.000” con elefante incluido.

En el actual hervidero del engaño, Álvaro Uribe Vélez, por ejemplo, se muestra engañado cuando no le sirven sus falacias. Según este personaje, ha sido víctima de un engaño permanente. Ante el comisionado de la Verdad, Francisco de Roux, dijo que los soldados de Colombia lo habían engañado con la información que le dieron de la terrible masacre de Cajarmarca, precisamente perpetrada en su nefasto gobierno.

Así ha justificado siempre los mal llamados falsos positivos, capítulo del horror de nuestra historia patria. Ese señor ha sido víctima— lo dice con la seguridad de quien dice la verdad— de la Corte Suprema de Justicia y de quien se atreva a denunciar su oscuro pasado. La compraventa de testimonios de criminales es un asunto de los delincuentes, Uribe nada tiene que ver con eso.

Hoy, la palabra engaño está en boca de la ministra de las TIC, Karen Abudinen. A esta inocente ministra le mintieron, la engañaron. Todos tienen la culpa, menos la cabeza visible de ese ministerio. Lo más probable es que ese dinero se pierda; dinero de los colombianos en tiempos de vacas flacas.

Pero lo que sí se sabe es que ahí, en esas empresas que contratan con el Estado, están los mismos que engañan a los colombianos todo el tiempo. Emilio Tapia, el personaje que le robó miles de millones de pesos a Bogotá con sus falsas propuestas de construcción de vías y apoyado en una red de corruptela que muta en empresas fachadas que soborna de frente. Ahora, peor, Tapia se metió en un campo de poca experiencia: las tecnologías. Un personaje que le roba a la Nación, que tima a los colombianos y es capaz de inventarse hasta ríos inexistentes. Tiene una habilidad para armar enredos, con tal de quedarse con el dinero de los colombianos. Es el símbolo de esos inventos. ¡Todos!: funcionarios del Estado y los sátrapas amigos de todos los gobiernos corruptos.

Los medios de comunicación se prestan para ese juego del engaño. Nos hacen creer que todos los males de la Nación siguen en manos de unos jóvenes que reclaman una política más limpia, oportunidades de empleo, de estudio. Unos jóvenes que reclaman el derecho a una Colombia más justa y equitativa. Los medios cómplices se arrodillan y muestran a los reclamantes como vándalos, como bandidos. Les siguen el juego a los altos funcionarios del Estado, quienes ocultan una trágica y nefasta cadena de engaños que nos lleva al abismo, mientras el país se desbarranca y se cae a pedazos.

Leave a Reply

Your email address will not be published.