“Yo vuelo de París a Cartagena o de Madrid a Cartagena o a Barranquilla. Al desembarcar yo noto que todo en el cuerpo se me reajusta y se identifica perfectamente con toda la realidad ecológica que tengo alrededor. He llegado a la conclusión que uno es de su medio ecológico y que es peligrosísimo, gravísimo salir de él.” Gabriel García Márquez
Por: Víctor Castro Castellar..
La muerte de Juan “Chuchita” Fernández, el último juglar de los viejos Gaiteros de San Jacinto, marca un hito en el mundo del folclor costeño. Un límite que nos pone a pensar que las gaitas y tambores se alejan de su medio ecológico; un contorno que daba vida a las interpretaciones de los inmortales Gaiteros, otrora liderados por Antonio “Toño” Fernández.
La armonía ecológica se esfuma y el campo muere lentamente. El peligro es inminente; el mismo campesino de pura cepa se acaba como fiel intérprete de la tradición y las costumbres de los pueblos de los Montes de María.
Los campesinos, sin duda, interpretaban la realidad cotidiana. Así lo registraron en las composiciones de los Gaiteros de San Jacinto: “Pa´ las gallinas el maíz/pa´ los pollos el arroz/ para las viejas los viejos/ y pa´ las muchachas yo.” Esta estrofa del inmortal tema, titulado “La Maestranza”, es fiel reflejo de esa realidad que fortalece y “reajusta el cuerpo” como chispa de la realidad Caribe.
Juan Chichita, hombre de abarcas tres puntá, sombrero vueltiao, camisa y pantalón blancos, con una pañoleta roja al cuello y una mochila terciada al hombro, se gozaba y vivía intensamente el folclor. No podía vestir de otra manera. Él mismo decía que si se ponía zapatos, por ejemplo, aparte de sentir incomodidad en los pies, se sentía como disfrazado. Vivió eternamente con esa indumentaria una fiesta llena de colorido, tal como se visten los campos de la tierra que lo vio nacer.
Cantaba y verseaba con lucidez repentista, no tenía otra opción, puesto que como muchos campesinos de su época (primera mitad del siglo pasado) no tuvo la oportunidad de aprender a leer ni escribir. Entonces la memoria era su único recurso. Ahí guardaba sus archivos y los perfeccionaba en cada presentación que hacía con el grupo de gaiteros.
Juan Chuchita verseaba y verseaba; su espíritu era cantar y cantar como el natural canto de los pájaros del monte. En cada verso desnudaba la presencia de la realidad ecológica y social que lo cobijó desde la cuna. “Linda morena y tu orgullo/ me tienes el corazón hecho pedazos/dame la mitad del tuyo/ para morir en tus brazos.” Unos versos que manifestaban el amor por las mujeres de la tierra y la confianza que generan esos amores puros del campo. “Campo Alegre”, un tema que cantó por todos los rincones del mundo, expone las costumbres del campesino y su ardua labor, pero también para cantar a la compañera de amores e infortunios: “A las cinco e la mañana/ salgo a regar mi cultivo/después la paso tranquilo recorriendo la sabana”. Es la fe y la esperanza de la gente que vivía feliz recorriendo el campo alegre. “Yo me voy pa Campo Alegre/ pero mi amor que no se quede/En el campo donde vivo junto con mi compañera/ella es la que me consuela cuando/ cuando me encuentro afligido.”
Con la muerte de Juan Chuchita también muere el lenguaje del campo. Es una gravísima noticia. El campo se queda solo. La violencia reciente en las inmediaciones de los Montes de María y el abandono del Estado, desplazaron al campesino que se quedó sin tierras, sin su hábitat natural. Mueren de tristeza, tal como se extingue la flora y la fauna de la región. Habrá otros gaiteros entre las nuevas generaciones, a quienes les corresponderá cantar a esa tragedia que vive la región montemariana.
Ahora vivimos inmersos en la polución de un salvaje mundo de sobrevivencia y nos aglomeramos en pueblos y ciudades con el lejano recuerdo de las voces que cantaron como cantaban los pájaros en otros tiempos.
Juan Chuchita, descansa en paz. Tú, ícono de templanza y del canto alegre y bullanguero, Tú intérprete de la tristeza y el desengaño, vete tranquilo que el campo guardará tu voz mientras haya flores y las aves aún encuentren refugio en su seno.
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