Por: Víctor Castro Castellar.
A propósito de las recientes arremetidas contra monumentos y estatuas por parte de turbas enardecidas, quienes reclaman a la historia supuestos errores del pasado, me puse a reflexionar sobre tales acontecimientos y al mismo tiempo a indagar sobre ese tipo de rebeldías que contribuyen a negar la historia como si todo tiempo pasado hubiese sido peor.
El hecho de tumbar estatuas no es un fenómeno local. Se tiene noticia de que en otras partes del planeta, turbas enfurecidas tiran al suelo a personajes inmortales de la política, tal como sucedió en 2013 en las revueltas del pueblo ucraniano contra el entonces presidente Viktor Yanukovych, no muy amigo de suavizar lazos con Rusia. La turba echó al piso una de las tantas estatuas de Lenin, erigidas en esa amplia zona conocida en otrora como la “Cortina de Hierro”.
Grupos ortodoxos en Oriente Medio—Estado Islámico, por ejemplo—,se ven bombardeando monumentos históricos de miles de años que consideran una vergüenza para la humanidad, al tiempo que la misma humanidad se horroriza de ver tanta ignorancia en ese proceder.
Los gestores de tales hazañas reprochan crímenes, saqueos, destrucción total a las efigies que, ya en el suelo pisotean, decapitan, hacen pedazos, en medio de una algarabía sin precedentes. En Colombia, en medio de la protesta social, han caído estatuas de Sebastián de Balcázar, conquistador del Pacífico, Gonzalo Jiménez de Quesada, fundador de Bogotá. En esta misma ciudad, fue necesario resguardar a los Reyes Católicos y al mismo Simón Bolívar, porque peligraban ante turbas que argumentan que esas imágenes son una vergüenza para los colombianos.
En Barranquilla rodó la efigie de Cristóbal Colón. Los manifestantes reclaman “dignidad humana” en contra de personajes que patrocinaron el genocidio, el saqueo y la destrucción de los pueblos amerindios establecidos en lo que hoy es territorio colombiano.
Recuerdo una anécdota de un amigo cartagenero, quien conoció a un afro descendiente del Caribe, natural de San Basilio de Palenque, pueblo rebelde de la Época Colonial. Hace ya varias décadas, cuenta mi amigo con la picardía cartagenera, el Español Julio Iglesias se hallaba en el “Corralito de Piedra”, promocionando uno de sus éxitos, “Río Rebelde”. El palenquero irrumpió en la mesa dónde el artista departía con amigos, promotores y admiradores. Sin mediar palabra intentó linchar a Julio Iglesias, hasta que alguien lo calmó y le preguntó que por qué se ensañaba de esa forma con el cantante. “Julio Iglesias es español. Los españoles nos esclavizaron, nos robaron el oro, nos trajeron a estas tierras y pasamos miles de necesidades, nos trataban como animales.” Afirmó el palenquero aún furioso.
Mi amigo, quien había escuchado los argumentos del agresor, le replicó que eso había sucedido hacía siglos y que de alguna manera la historia y la misma sociedad emergente habían resuelto esa idea de sometimiento. El hombre sorprendido y en tono conciliador concluyó: “¡Caramba!, ¡yo apenas lo vine a saber hace unos cuantos días!”
Esta anécdota nos recuerda que la historia se puede reescribir con la ideología y metodologías consideradas más “adecuadas” para hablar de los acontecimientos del pasado, pero, sin duda, el pasado no cambiará. No por tumbar estatuas y monumentos, vamos a cambiar la historia, pero sí podemos aprender de esta.
El rumbo de las sociedades sí se puede orientar. Necesitamos verdaderos líderes y de eso los colombianos sí estamos huérfanos. Hagamos el siguiente ejercicio. En algunas ciudades del país arremeten a diario contra todo. Reciben toda clase de respuestas por parte de la sociedad y del gobierno Duque, que busca criminalizar a toda costa esos brotes de rebeldía. Pero al momento del llamado al diálogo, negociación, como se quiera llamar, no hay quien los representen. Cosa grave, pues los hechos se quedan en sólo caos y destrucción y no hay solución a la vista. Si pidiéramos a los colombianos ubicar nuevas efigies, ¿qué monumentos o personajes ubicaríamos en esos pedestales disponibles? ¿Qué estatua sería la más adecuada erigir? ¿La figura de Tiro Fijo, la de Martín Caballero, la de Alfonso Cano? ¿Es posible presentar como una efigie patriótica al General retirado Mario Montoya o a cualquiera de esos generales en retiro que dicen que los Derechos Humano son puro cuento y que ahora se acogen y sugieren con voz de mando combatir la que llaman “revolución molecular disipada”? ¿Vale la pena hacerles un monumento a los últimos presidentes de la República? ¿A quién? ¿A Pastrana con una silla vacía o Samper Pizano con un elefante a sus espaldas? ¿A Álvaro Uribe con sus “convivir” para defender a la patria? A mis lectores, invito a indagar qué y a quién se le puede hacer un monumento que sea reconocido por todos los colombianos.
Ahí les dejo esa inquietud. Mientras tanto propongo que para ese vacío de los pedestales mutilados se monten tantas cabezas de puerco como pedestales violentados. El “Señor de las Moscas” es una buena opción. Tenemos que creer en las certezas de nuestras Nación repleta de salvajismo y corrupción. Cabezas de puercos que se pudran y puedan llegar las moscas a rodear los pedestales; ellas serán fieles testigos de la farsa que hoy la llamamos institucionalidad democrática. ¡Que lleguen las moscas, que no tarden!
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