Una sentida reflexión, humanos, más humanos
Víctor Castro Castellar, Docente, Escritor, Músico.

Canción de la Vida Profunda, poema bello, sublime, sin duda, inmortalizó a Porfirio Barba Jacob, precisamente por su profundidad para examinar la realidad de la vida de los seres humanos. Vivimos la vida, aspiramos a ser felices y esto cuenta para hallarle sentido a la existencia: “Hay días en que somos tan móviles, tan móviles, /como las leves briznas al viento y al azar. / Tal vez bajo otro cielo la Gloria nos sonríe. /La vida es clara, undívaga, y abierta como un mar…” Somos optimistas y este optimismo es válido si se concibe bajo a la fragilidad humana, cosa que advierte en la penúltima estrofa, pues sucumbimos al misterio de la muerte: “Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres, /como en las noches lúgubres el llanto del pinar. /El alma gime entonces bajo el dolor del mundo, /y acaso ni Dios mismo nos puede consolar…” Somos profundamente vulnerables y ese designio es insoslayable.

Según el diccionario de la RAE, vulnerable es aquella persona “que puede ser herida o recibir lesión, física o moralmente.” En efecto, la vulnerabilidad se da como esa “capacidad disminuida de una persona o un grupo de personas para anticiparse, hacer frente y resistir a los efectos de un peligro natural o causado por la actividad humana. Es un concepto relativo y dinámico. La vulnerabilidad casi siempre se asocia con la pobreza, pero también son vulnerables las personas que viven en aislamiento, inseguridad e indefensión ante riesgos, traumas o presiones…” Así lo definen los organismos internacionales de socorro como la Cruz Roja, entidades que están constantemente apoyando a los caídos en desgracia por la naturaleza o por las acciones humanas.

La pandemia desnuda esa condición humana. Somos más vulnerables de lo que creíamos; cada día, en medio de este mal planetario, recibimos golpes afectivos con la partida de familiares, amigos y conocidos. El virus de la covid 19 no respeta condición social, nacionalidad, raza, creencia o religión. Este enemigo invisible vulnera sin piedad tanto al débil como al poderoso. Se mete por cualquier resquicio a los hogares del mundo, somete y mata. Los esfuerzos de los médicos a veces son inútiles, pues cada cuerpo humano, responde de manera diferente a la enfermedad y hay unos cuerpos que no resisten el embate de la invasión viral.

Se van seres queridos y amigos de manera inesperada. “Ni Dios mismo nos puede consolar”. Los lloramos y nos dejan una profunda tristeza. Inevitable la muerte que nos arrebata afectos construidos por mucho tiempo. Pero esas amenazas son las que nos hacen reflexionar sobre la vida y la muerte misma. Sabemos que nos vamos a morir y, a diferencias de los otros animales, buscamos inmortalizarnos de algún modo, en una actitud optimista.

Adolfo Pacheco Anillo, nuestro juglar, tuvo la fortuna de mirarse así mismo en el “Espejo” y tomó decisiones para vivir la vida. En una de sus obras musicales, “Me rindo majestad”,  lo expresa de la manera  más sencilla: “Voy a vivir la vida de otra manera/ voy a seguir quemándola de otro modo, / porque así recogido soy más sincero/ y más te quiero y me quieres tú.” No se debe desperdiciar la vida en cosas ni hechos baladíes, sabiendo que los seres queridos nos esperan para amarnos, para compartir. La tristeza será amarga si algún día se van para siempre y no nos disfrutamos suficientemente.

El amor, el cariño, la construcción afectiva deben prevalecer entre los seres humanos. Eso nos hace humanos, más humanos; nos convierte en personas felices o más felices y menos vulnerables. Si partimos, como es natural, no nos iremos tristes, partiremos con la satisfacción del deber cumplido de amar y amar hasta muerte. Si es al contrario, sí despedimos a un familiar o a un amigo, nos quedará la satisfacción de haber compartido sin reparos ni egoísmos con los marchantes hacia el infinito. Entonces ya no seremos vulnerables y hallaremos un refugio eterno que nos albergará como inmortales.

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