Un maestro es todos los maestros, feliz día
Víctor Castro Castellar, Docente, Músico, Escritor.

Para hablar del ser humano, de sus sueños, de sus virtudes o de su vulnerabilidad, siempre se me viene a la cabeza la inmortal sentencia del escritor argentino Jorge Luis Borge: “Nadie es alguien, un solo hombre inmortal es todos los hombres.”

Una concluyente verdad filosófica que la fundamenta en el devenir de la historia de la humanidad que devela sus secretos: “…en un plazo infinito le ocurren a todo hombre todas las cosas” y en esa infinitud se atreve a decir que las virtudes son y serán de los seres humanos buenos, pero que también la escoria, la otra cara de la moneda, lo acompañará infinitamente y advierte: “Por sus pasadas o futuras virtudes, todo hombre es acreedor a toda bondad, pero también a toda traición, por sus infamias del pasado o del porvenir”.

Quiero referirme a las virtudes—las acciones consideradas buenas del ser humano— que se construyen día a día, año tras años, siglos tras siglos. En esta construcción tienen mucho que ver la familia, la sociedad y el Estado.

Los maestros en esta construcción ético moral somos esenciales, aunque sufrimos, como todo ser humano, el asecho y la tentación de mil y un demonios terriblemente traidores. Somos capaces de hacer el bien, pero también podemos anidar y criar miedos, deseos, ambiciones o egoísmos que desembocan en amargas tragedias y traiciones.

Pero los maestros procuramos el camino virtuoso, ese que deja huellas en las generaciones que pasan por nuestras manos. Como artesanos de las aspiraciones humanas, somos capaces de construir vidas, de enseñar el camino del conocimiento y, sin egocentrismos, enseñar el norte de la felicidad. Cada maestro es un infinito mundo de virtudes que propicia el descubrimiento del Universo. Como pedagogo advertimos el error para aprender y conocer; cada pupilo es  pieza de arte que vamos  fraguando poco a poco, sin prisa, sin apremios; como dándole tiempo al tiempo.

De los maestros de maestros que dejaron huella en mí, pongo la vista en el recuerdo y escucho palabras amorosas en cada letra que aprendí, el abecedario lo oigo como una canción de cuna. Las  palabras fluyen. El  pensamiento se activa y la realidad se muestra a mis pies.

Aparece un mar de preguntas que desde entonces les he buscado respuestas; unas preguntas más científicas que otras, hasta hallar el poder divino que sabe todos los misterios que como decía Octavio Paz no se entienden, pero se alcanzan a comprender y se tiene certeza de que existen. “Soy hombre: duro poco/ y es enorme la noche. / Pero miro hacia arriba:/ las estrellas escriben. / Sin entender comprendo: / también soy escritura/ y en este mismo instante/ alguien me deletrea”. Somos tan pequeños, tan vulnerables, que el mundo es un asombro infinito de preguntas.

Pero la traición, como dijo Borges, está ahí, presente, mordiendo las virtudes.  A algunos de mis maestros les arrebataron la vida. Fueron  traicionados por los  mismos seres humanos. Los   insultaron y fueron comparados con la espiritrompa, lo más feo de las bellas mariposas; fueron vilipendiados por el impostor que tuvo miedo de que se descubriera el espíritu de las palabras y del amor verdadero.

Los amantes del poder se declararon enemigos de la libertad que deambula en las aulas buscando la dignidad de hombres y mujeres que piensan y hacen constantemente  preguntas que brotan como manantial de la realidad circundante. Por supuesto, se declararon del maestro que construye libertades.

Me decidí, en la infinita construcción de mi vida, a ser maestro. No ha sido fácil. En la construcción de las virtudes borgianas,  encontré en el camino enormes talanqueras. Descubrí la traición envuelta en el mercantilismo. La educación convertida en un negocio y, peor aún, la enseñanza como una acción de adoctrinamiento para el mismo poder. Miles de almas que salen de las aulas y lucen felices  a pesar de las cadenas.

La traición de la imperfección  humana me ha permitido ver maestros encerrados en un desespero existencial que finalmente los lleva a la muerte. He visto, después de infinitos años, a mis amigos, a mis compañeros maestros, sucumbir sin remedio. Los traiciona el medio o la desesperación; los zarandea la nostalgia o el olvido. Es un infinito manto de desgracias; cayeron en manos de los monstruos  de la traición del capitalismo, del consumismo rampante.

Tal vez nunca se dieron cuenta de que esta profesión no da dinero suficiente para vivir en la opulencia. Algunos, como yo, aún se resisten a expirar y posan para el autorretrato del poeta chileno, Nicanor Parra: “Por el exceso de trabajo, a veces/veo formas extrañas en el aire,/oigo carreras locas,/risas, conversaciones criminales./Observad estas manos/y estas mejillas blancas de cadáver,/estos escasos pelos que me quedan,/¡estas negras arrugas infernales!/Sin embargo yo fui tal como ustedes,/joven, lleno de bellos ideales,/soñé fundiendo el cobre/y limando las caras del diamante:/aquí me tienen hoy/detrás de este mesón inconfortable/embrutecido por el sonsonete/de las quinientas horas semanales.”

Pero como se trata de exaltar la labor del maestro, de enaltecer su obstinada construcción y consolidación de virtudes humanas, de visibilizar su empeño incesante para fraguar en las nuevas generaciones una patria más justa, más equitativa, más libre, más pensante, recurro a  Borges para  afirmar, sin  duda alguna, de que un maestro es todos los maestros. Habrá tiempo infinito para construir un mundo nuevo. ¡Maestros de Colombia y del mundo entero,  ¡Feliz Día!

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