Por Víctor Manuel Castro Castellar Docente, escritor y músico
A los ciudadanos comprometidos con las víctimas y a las mismas víctimas, un mensaje solidario. Que los muertos y todas las víctimas de la violencia, hallen en nosotros una luz de inmortalidad y una lucha constante por la dignidad humana.
El pasado 09 de abril se conmemoró el Día de la memoria y Solidaridad con las víctimas. Digo conmemoró, porque la misma Ley 1448 de 2011 estableció esta fecha como “celebración” y, sinceramente, con las víctimas de la violencia en Colombia no hay nada que celebrar y sí mucho que honrar a los muertos y solidarizarnos con aquellos que aún sufren y deambulan con heridas profundas y difíciles de cicatrizar por causa del conflicto armado.
Somos un país apaleado por la violencia, pero más que por ese mal endémico, nos degrada, nos golpea incesante, la indiferencia. Si no es conmigo, sencillamente no actúo, guardo silencio y aplico perfectamente la egoísta consigna de «sálvese quien pueda». Entonces los Derechos Humanos ruedan por el suelo, pues cualquier viento los lleva o los trae sin dirección alguna. Somos vulnerables por naturaleza, la pandemia así nos lo recuerda, pero aún nos tornamos más frágiles con esa indiferencia que asfixia y mata.
En las víctimas hallamos agravios que van desde la negación del más mínimo de los derechos hasta el más sagrado de todos que tiene que ver con la misma vida. Aún se ven por las calles llevando carteles que reclaman por sus muertos, que preguntan por los desaparecidos, que gritan a voz en cuello “justica”, porque la impunidad es el común denominador del pasado y del presente. Son aquellos que aún no regresan a sus territorios por miedo a morir por balas asesinas que se esconden en las mismas entrañas del Estado cómplice. Un Estado administrado, para vergüenza nacional, por individuos que no se interesan por la Paz maltrecha y, mucho menos, por la estela de hombres y mujeres que sufrieron y sufren el fragor de la guerra fratricida. Mucho discurso, verborrea, retórica y poca eficiencia y eficacia para solucionar los problemas de las víctimas. Paradójicamente, por acciones del mismo Estado, han recibido más beneficios los victimarios que las mismas víctimas.
Ahora más que nunca, la solidaridad debe ser un imperativo en cada colombiano de bien. No debemos dejar solos a los que sufren, lloran y llevan aún dramáticas escenas de dolor. Si el Estado es indiferente entonces recurrimos a la ciudadanía, a la sociedad sagrada que debe promover acciones solidarias que conduzcan a la no repetición de esta tragedia sexagenaria. Salir a marchar, escribir una consigna, recordar a los inmolados es un acto de fe, esperanza y una manera de recordar a los responsables de la administración del Estado y a sus Instituciones, que las víctimas cuentan con el apoyo irrestricto de los colombianos. De ninguna manera debemos dejar morir la memoria, porque el olvido social sería cómplice de las atrocidades que aún son el pan de cada día contra líderes sociales, dirigentes sindicales, líderes campesinos, niños reclutados, entre otros.
A los ciudadanos comprometidos con las víctimas y a las mismas víctimas, un mensaje solidario. Que los muertos y todas las víctimas de la violencia, hallen en nosotros una luz de inmortalidad y una lucha constante por la dignidad humana.
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