“Tengo sed”, reflexión sobre la apocalíptica escasez del preciado líquido

Por Víctor Manuel Castro Castellar

Víctor Castro Castellar, Docente, escritor y músico.

En estos días de recogimiento espiritual y de pandemia, mi amigo Ramón Barrios, conocido en el mundo artístico barranquillero como el payaso Ramolete, me propuso reflexionar sobre una de las siete palabras que pronunció Jesús antes de morir en medio de la penosa y sangrienta crucifixión: “Tengo sed”. Los seres humanos,  poco antes de morir, experimentamos esa sensación de la  boca seca, de labios moribundos, de ausencia de esa marea salival en la lengua, del abandono del flujo que da vida. Es una sed profunda que nos indica que el agua—¿O Dios?— nos abandona e indefectiblemente fenecemos.

La historia de la filosofía Occidental nos recuerda a Tales de Mileto, un inquieto observador de la Antigua Grecia, quien creyó firmemente en la tesis de que el principio del Universo radicaba en el agua. Todo es agua—decía. Una tesis hoy revaluada, pero que jamás se ha dejado de considerar como principio  esencial para los seres vivos. Una verdad de a puño nos persuade de que el cuerpo humano es agua en un 70% y cuando el preciado líquido ya no fluye por el cuerpo, nos vemos reducidos a montón de hueso inservibles.

“Tengo sed” es expresión de sufrimiento y la cristiandad advierte con este enunciado que los pueblos padecerían por la escasez del preciado líquido, si no se dedicaban a mantener las fuentes como santuarios de vida. Los nevados,  paramos, manantiales, ríos, quebradas  y arroyos, deberían ser sagrados y eso lo supieron los amerindios, quienes rendían culto a las aguas fuente de toda vida. La vida fluye, se transforma y cobra belleza con el agua.

Es una especie de armonía que se genera cuando se observa un equilibrio perfecto del agua con todo lo que parte de la circulación de esta. Es como si el agua fuera la sangre de la vida misma que corre por  valles y montañas.

Pero, al parecer, tenemos una sentencia por cumplir: estamos condenados a padecer de sed. Los seres humanos somos el peor monstruo para la naturaleza y consecuentemente para la conservación de las fuentes de agua. La tala indiscriminada, el vertimiento de toda clase de desechos a las fuentes hídricas, el efecto invernadero, la destrucción de la capa de ozono, son apenas unos indicadores de la magna tragedia que ya está entre nosotros.

Por si fuera poco ese desequilibrio, hace que el principio de vida se salga de madre y haya entonces una furia incontrolada del ciclo natural del agua, es decir extrema sequía, o extrema presencia del agua enloquecida. Entonces  el agua se sale de sus cauces y, en ocasiones, arrasa con todo a su paso, sin clemencia alguna.

Los pueblos del Caribe Colombiano en la última centuria, han comenzado a experimentar la escasez. Los ríos, arroyos y quebradas se mueren. En San Juan Nepomuceno—creería que no es sólo en San Juan—, los arroyos cristalinos que observó y consideró  Don Antonio de la Torre y Miranda como vitales para el desarrollo y conservación de la comarca que allí estableció, ya están convertidos en cloacas públicas.

Hace mucho tiempo el agua bendita es la que cae del cielo: Para calmar la sed los pueblerinos construyeron albercas, tanques y aljibes, una manera de almacenar el preciado líquido para morigerar el padecimiento de las sequías cíclicas, que año tras año, se hacen  más severas que otros tiempos.

Los “sabios del agua” y de las soluciones políticas para este mal se convirtieron en una pandemia más del sufrimiento. Creyeron que la solución era llevar el agua del río Magdalena hasta el pueblo., sin percatarse de que ese mismo río, padece el sufrimiento del desorden natural; ya son aguas mal heridas.

Mientras tanto, en los pueblos de las Sabanas de Bolívar, los politiqueros de turno arman proyectos para “soluciones definitivas”: pozos profundos—agua “gorda” que brota como castigo, o siguen insistiendo con los grandes proyectos que lleven el agua desde el apaleado Magdalena. Se desembolsan miles de millones de pesos para acueductos regionales, pero aún persiste el mal; finalmente son recursos siempre insuficientes para los corruptos que hallan en este martirio una fuente inagotable para llenar sus bolsillos.

Mientras tanto, los lugareños, no dejan de vez en vez, cuando el cielo es azul de sufrimiento y las nubes desaparecen por largo tiempo, de queman llantas, de gritar arengas contra los gobiernos de turno por falta del preciado líquido.  Termina  diciendo como Jesús: ¡“Tenemos sed”! Tal vez, un día no muy lejano, sea demasiado tarde y estaremos condenados a matarnos o a morir por el agua. Entonces habrá una sentencia que cierre la historia de vida: “Dios mío, ¿Por qué me has abandonado»?

 

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