Por Moraima Salom Villalba
Finalizando la tarde del sábado 25 de julio de 2020, el Canal Uno, en uno de sus programas de televisión tuvo como invitada especial, a la cantante Adriana Lucia, la defensora más grande del porro que tiene Colombia….
Cuatro canciones: Voy a coger la maleta, Vete, Pa’ afuera los dolores y Festival de Guararé, se convirtieron en su campo de batalla para que el público explotara de goce y emoción. Su tesón es tan grande que le alcanzó para más. En una hora de programa, Adriana develó su infancia; su pasión por la vida y por la música; su protesta; su ánimo rebelde y su ternura.
El reencuentro con la memoria de una época en que, a la hora del almuerzo, al lado de sus padres y de sus dos hermanos, quienes también son músicos, cantaban canciones como aquella que dice: “Santa Marta, Barranquilla y Cartagena son tres perlas que brotaron en la arena. Tres estrellas de mar, del Mar Caribe” y los platos y cucharas eran los instrumentos de percusión.
Su mamá, maestra de escuela y su papá gestor cultural, melómano y pilar de su carrera como cantante, en su casa se escuchaba toda clase de música desde blues, jazz, porro, clásica hasta terapia. Por sugerencia de su padre se aprendió el “Jerre-Jerre”, un vallenato de Rafael Escalona, mientras él gestionaba con el Festival Vallenato su presentación.
Fue así, que en el esplendor de sus 11 años de edad pisó una tarima en un Festival. Alfredo Gutiérrez, durante los últimos cinco minutos de su show, la invitó a cantar. Cinco minutos que para ella fueron eternos, pensando que ya no la iban a llamar, y de una alegría inalcanzable.
Y desde ese día, tal como le enseñó su padre, cada vez que sube a tarima, su pecho se hincha y es un momento de entrega.
El vallenato le sirvió como punto de partida para continuar un viaje de largo aliento por la senda de un porro “nuevo”, cuya transición se hizo realidad en su cuarto álbum en 2001, bajo la fuerza creativa de Carlos Vives.
El simbolismo puro de la música en ella toma cuerpo a través de su libertad intelectual, pues Adriana tiene poco miedo ante las afrentas ofensivas. Como compositora, también es crítica de sus propias letras, el compromiso es “con las letras que estamos cantando”. Su alma de niña sucumbe con la llegada de su hijo Salomón en la construcción de nuevas pedagogías. Y aunque su corazón huele a río, a campo y a mar, vive en Bogotá hace 19 años, no porque le tocó, sino por elección.
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