Tomado de ACV El Confidencial
Seguro que en alguna ocasión, sentado a la mesa, has presenciado esta escena: a alguien se le ocurre pedir agua con gas y otro comensal le suplica (a veces, incluso amenaza) que no haga tal cosa. Esta bebida gaseosa tiene sin duda fieles defensores entre sus filas, pero también cuenta con un montón de detractores que no entienden por qué no prefieres de la del grifo, que además es gratis en muchos restaurantes.
Con el comienzo del año es bastante común hacer una lista con los propósitos que cumpliremos (o no) a lo largo de los meses. Entre todos suele estar aquello de ser más sano, ya sea consumiendo más verduras o menos azúcar, haciendo más ejercicio o, incluso, bebiendo más agua. Es normal, pues al fin y al cabo, el ser humano es un 80% de la misma.
Ahora bien, no a todo el mundo le apasiona eso de ponerse a beber este líquido incoloro e inodoro como si fueran a prohibirlo. Es entonces cuando quizá entra en escena su versión carbonatada, pues se trata de un buen sucedáneo que probablemente sea tan buena opción como la normal, ¿o no? Si alguna vez habías tenido dudas al respecto ahora puedes aclararlas.
¿Cómo se hace?
El agua con gas se prepara añadiendo ácido carbónico y dióxido de carbono en una reacción exótermica en tanques de almacenamiento a presión para que no exista despresurización y disociación de los minerales. De este proceso, sale como residuo carbonato de calcio. Esa sensación en la boca después de tomarla es, de hecho, la activación química de los receptores de dolor en la lengua que responden a este ácido, lo que le da un sabor más suave. Y aquí comienza el problema.
El ácido que tiene la bebida puede dañar nuestros dientes, según informa ‘The Conversation’. Su capa externa, el esmalte dental, es el tejido más duro del cuerpo. Está hecho de un mineral llamado hidroxiapatita que contiene calcio y fosfato.
La saliva es principalmente agua, pero también contiene calcio y fosfato. Normalmente hay un equilibrio entre los minerales de los dientes y los de la saliva, pero el ácido carbónico de las bebidas gaseosas podría cambiarlo.
La desmineralización crea pequeños poros en el mineral del diente y, cuando esto sucede, el esmalte comienza a disolverse. Al principio estos poros son microscópicos y se pueden tapar volviendo a poner calcio, fosfato o floruro (que se encuentra en la pasta de dientes y que sirve para protegerlos), pero una vez que la cantidad de mineral dental perdido alcanza un cierto nivel, los poros ya no se pueden tapar y el tejido dental se pierde para siempre. Si los dientes se ‘bañan’ con frecuencia en el ácido que contienen las bebidas con gas, se pueden disolver más minerales de los que podrían remplazarse o taparse, por lo que existiría un mayor riesgo de desgaste o erosión.
Agua con gas y el apetito
Es probable que hayas leído en más de una ocasión que el agua con gas es recomendable si quieres perder peso. La razón que alegan los que lo defienden es que su ingesta no aporta calorías, pero si da mayor saciedad al agregar gas al estómago.
Sin embargo, la profesora de Nutrición en la Universidad de Dundee, Suzanne Zaremba, advierte que no existe evidencia científica sólida que sugiera que beber agua con gas te haga sentir más lleno o que disminuya el apetito.
En otras palabras: si estás tratando de aumentar la ingesta de líquidos, el agua debería ser todavía tu primera opción. Pero si definitivamente un vaso de agua no es lo tuyo, la que tiene gas puede ayudar a mantenerte hidratado y ser una alternativa más sabrosa, aunque quizá debas tener un poco de cuidado en la frecuencia con la que la consumes, por el bien de tu salud dental.
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